Mis historias diminutas: abril 2014

martes, 29 de abril de 2014

Con todas las yeguas en brama y su pata rota, sabía que sus posibilidades eran pocas. El mayordomo cogió la pistola. ET

En su desconsuelo, envolvió entre los brazos la caja negra. Activó el arrullo penas audible; los bisbiseos eran por ella y para ella. Soñó. ET

Esa era su naturaleza. La abeja reina sólo podía criar zánganos. ET

En ese momento fue cuando descubrió que hay un hoyo más hueco, un negro más oscuro, un vacío menos denso y una soledad más honda. ET

Tenemos dos en este día:

1) No sólo fue el retraso del ave escarificadora, ahora seguía la senescencia. Brotó. ET

2) Marañas capilares sin principio ni final: la punta de la madeja estaba unida al otro cabo. No había que desencocar nada, sólo fluir. ET

Su presencia diluida en ese flujo vital que se soslaya. Un palpitar, dos, diez, cien, mil al día. Dos millares de latidos. ET

Sobre el espejo se contempló un año entero, en silencio y en palabra. La razón no estaba ahí. ET

La rótula giró y levantó la extremidad. Otro paso. El otro pie arriba y ya eran dos pisadas. Siguió otro y otro y cien pasos más; escapaba. ET

Sin estímulos visuales y con un silencio que ensordece, mis ojos se desprendieron de las cuencas y creo que ya no oigo, no lo sé. ET

Al pronunciar la resolución del enigma, la esfinge se desmoronó como agua en las manos. Licuada traspasó el tamiz. ET

Esos ojos de albahaca marchita me miraban con ternura, comprendía lo que decía. Suspiré y sonreí. Luego, el atento escucha maulló. ET

Una mariposa gris que dormía en su oreja. ET